PRESENCIA VIVA DE LA CABALA II
LA CABALA CRISTIANA

FEDERICO GONZALEZ - MIREIA VALLS

CAPITULO VI
CABALA Y ALQUIMIA (1)

La Alquimia es la ciencia y el arte de la transmutación del alma, su iniciación transpuesta al trabajo del fuego y los metales y las distintas operaciones, temperaturas, conjunciones y tensiones que se producen constantemente entre sí. Esto está justificado dado que todo está en todo y la materia del universo es una sola en distintos grados de manifestación, conformando un conjunto interrelacionado que puede repetirse en el alma del iniciado, en términos alquímicos en su athanor interno, a imagen del cual produce su horno externo donde se efectuarán los experimentos en el orden de la ronda de los elementos; en sentido descendente fuego, aire, agua y tierra, y subiendo por la escalera, a la inversa: tierra, agua, aire, fuego. Destinos del alquimista que debe penetrar en lo más profundo375 e igualmente remontar hacia lo alto, a contrapelo de todo lo que lo ata e impide su plena libertad (como el orden expresado por Gikatilla en su libro Puertas de Luz).

O sea, de lo sutil (el Verbo, la Luz, el Soplo divino) a la concreción gradual de nuestro mundo signado por la acción, e inversamente, el recorrido del alma –y de la materia con la que trabaja el alquimista– por estados cada vez más refinados, tal el agua, el aire y el fuego, y lo que estos elementos simbolizan en sí, y ello de acuerdo a las operaciones que se efectúan y que tienen por común denominador el fuego central del athanor y las distintas graduaciones de su poder a diversos niveles, lo que también se expresa como el establecimiento de un conjunto de analogías y correspondencias entre todos los entes de la manifestación, ya sean minerales, vegetales, animales, humanos, estelares o arcangélicos, haciendo del arte alquímico una simpatía universal, cuyo método de trabajo se vale del pensamiento analógico y de una constante invocación a las potencias para identificarse con ellas. De ahí su estrecho vínculo con la espagiria y la farmacopea y con la ciencia de los venenos y los remedios,376 que no es sino una cuestión de ritmo, proporción, relación, peso o medida, y sobre todo de sucesivas disoluciones y coagulaciones en el laboratorio interno del alma. Lo que igualmente se visualiza como un viaje ascendente a través de toda la gama cromática, donde el negro de la putrefacción se transmuta en blanco purificado y éste en el rojo de la proyección, pasando por todos los estados intermediarios que los otros colores manifiestan, hasta alcanzar el Elixir de la Inmortalidad, la Quintaesencia o la Piedra Filosofal, nombres con que los alquimistas se refieren a la asunción del estado primordial de la conciencia, que se experimenta como una reintegración de todo en su unidad esencial e indistinta.

Sabido es además que la alquimia existe desde el comienzo de la andadura del pueblo de Israel, y en realidad de cualquier otra tradición, pues se trata de una ciencia o arte antiquísima y muy alta, de connotaciones eminentemente intelectuales-espirituales, que sólo el desgaste producido por el propio discurrir cíclico y la ignorancia de ese origen y propósitos tan elevados ha hecho que cayera en numerosas desviaciones y aplicaciones con fines particulares, y hasta invertidos. Pero siendo sus principios y simbólicas universales y revelados, nadie puede arrogarse su invención o autoría, ni mucho menos sentirse el único depositario de sus métodos y fines, como vemos que sucede con demasiada frecuencia entre los que la estudian actualmente; aunque también los hay que la rechazan de plano, dos facetas éstas de un único punto de vista profano que ha olvidado totalmente la procedencia primordial de este arte o ciencia, que con el tiempo se fue adaptando a las diversas ramas surgidas de la Tradición Unánime; de ahí que pueda hablarse de la alquimia china, la hindú, la hermética, judía, islámica, etc.

En este sentido nos parece bien interesante la investigación llevada a cabo por Raphael Patai en su libro The Jewish Alchemists. A History and Source Book377 donde ya en la introducción explica:

Los eruditos contemporáneos, a diferencia de sus homólogos del siglo diecinueve, no condenan lo que su investigación descubre, pero si encuentran algo que no es de su gusto, intentan ignorarlo. Y esto es precisamente lo que han pretendido hacer al discutir la obra judía en alquimia. Aunque se desconoce la extensión real de la obra alquímica judía y no existe un inventario de manuscritos alquímicos escritos por judíos, ni siquiera un estudio de referencias a la alquimia en libros impresos cuyos autores son judíos, quienes han escrito sobre la alquimia judía han adoptado la posición confortable de afirmar que la participación de los judíos en la alquimia fue insignificante. Unas cuantas citas servirán para ilustrar esta tendencia general.

Y un poco más adelante, en las páginas 9 y 10, sigue poniendo en evidencia las estafas de los pretendidos expertos en la materia:

La edición de 1972 de la Encyclopaedia Judaica (Jerusalén) contiene la revisión más detallada de la alquimia judía. No obstante, ese artículo, escrito por Bernard Suler, es solamente una reelaboración, hecha por los editores, de la entrada que el mismo autor hizo en 1928 para la Encyclopaedia Judaica alemana. Aunque contiene algunos datos nuevos, su punto de vista permanece inalterado. Afirma: “La conclusión a la que De Pauw llegó hace 150 años, de que los judíos eran los creadores de la alquimia, es incorrecta. La alquimia no es una ciencia judía ni un arte judío… Mientras la literatura alquímica se cuenta por miles de volúmenes, no hay ninguna obra original en este campo en la literatura hebrea. Parece, pues, que los adeptos judíos no escribieron sus obras en hebreo”. Como veremos, la mayor parte de estas afirmaciones son incorrectas. (…)

Uno detecta una correspondencia psicológicamente comprensible entre la evaluación general de la alquimia y la visión judía acerca de la participación de los judíos en ésta. Cuando la alquimia cayó en el descrédito, se consideró una ciencia falsa y un arte fraudulento –es así como era contemplada por los eruditos del siglo diecinueve–, la posición de los historiadores judíos y otros eruditos fue sostener que la participación judía en ella era mínima. No obstante, este destronamiento de la alquimia estuvo precedido de un largo periodo, de unos quince siglos, en el que la alquimia fue considerada la más alta de las artes y de las ciencias, se creía sinceramente en ella y era practicada por algunas de las inteligencias más grandes, incluyendo a Newton a principios del siglo dieciocho y Goethe a principios del diecinueve. Durante este largo periodo, los eruditos judíos, por lo general, hacían énfasis en el papel seminal que los judíos tuvieron en la alquimia. Este es un tema que requiere mucha más investigación de la que he sido capaz de realizar, pero unas pocas indicaciones pueden servir como ilustración.

Su valiosísimo trabajo pone de relieve la presencia de la simbólica alquímica desde los mismos orígenes de la humanidad relatados en el Génesis, para continuar con un exhaustivo estudio de las escrituras sagradas y otros textos sapienciales judíos en los que aparece por doquier la alusión a la utilización del soporte simbólico y ritual de este arte por parte de muchos de los hombres y mujeres de conocimiento de esta tradición, partiendo del mismo Adán y seguido por una retahíla de personajes integrada por Tubalcaín, Moisés, Jacob, David, Salomón,378 Job, Isaías y también mujeres entre las que cita a Sara, Miriam la hermana de Moisés, la reina de Saba, etc., para pasar a destacar más adelante a los alquimistas alejandrinos de origen judío como la muy venerada María la Hebrea y su discípulo Zósimo, más luego a los medioevales, que escribieron en hebreo o en las lenguas vernáculas379 de las tierras que habitaban, visitando después a los renacentistas que tuvieron contactos muy estrechos con los alquimistas paganos, o bien cristianos, y así extiende su recorrido hasta los alquimistas del siglo XIX.

Y nos parecen significativos relatos como los que siguen, en los que se pone en evidencia la procedencia supraceleste de las claves alquímicas transmitidas por esa entidad espiritual y eterna llamada Hermes, que en la tradición hebrea se identifica a veces con Elías, o con el mismo Moisés,380 la cual revela a los adeptos ese mensaje esotérico que no distingue a pueblos, razas ni sexos, como se percibe en este fragmento que aporta Patai de una leyenda recogida por Johann Albert Fabricius (1668-1736) en su Bibliotheca Graeca, donde se ve que la mujer de Abraham es la que recibe en un momento dado los secretos de la Gran Obra:

La Tabla Esmeralda, de gran autoridad entre los químicos, que fue descubierta por Sara (la mujer de Abraham, como Cristóforo Kriegsman no duda en afirmar en dicha Tabla de Esmeralda) en el valle de Hebrón, en una tumba y en las manos del cadáver de Hermes, contiene en palabras oscuras (como es la costumbre de los químicos, que dan mucho humo y poca luz), según dicen, todo lo relativo al fundamento de la realización del magisterio químico de los metales y al método para componer una cierta medicina universal, aunque descrito de una manera muy general.381

A lo que queremos agregar una pequeña selección de citas bíblicas en las que distintos personajes evidencian conocer y experimentar con la simbólica alquímica, integrada totalmente en el corpus doctrinal del pueblo hebreo; pues las labores de extracción del oro, la plata o el bronce, etc., así como el desbastado y pulido de la piedra, reflejan tanto una riqueza y brillo (material y sobre todo intelectual) de esos seres y pueblos, como también la idea que a través de esos procesos y operaciones (actos siempre rituales) se conservaban y transmitían los secretos y claves para su deificación o realización espiritual.

Sil.lá por su parte engendró a Túbal Caín, padre de todos los forjadores de cobre y hierro. Génesis 4, 22.

Habló Yaveh a Moisés diciendo: Mira que he designado a Besalel, hijo de Urí, hijo de Jur, de la tribu de Judá; y le he llenado del espíritu de Dios concediéndole habilidad, pericia y experiencia en toda clase de trabajos; para concebir y realizar proyectos en oro, plata y bronce; para labrar piedras de engaste, tallar la madera y ejecutar cualquier otra labor. Exodo 31, 1-5.

[Dice David] Mira lo que yo he preparado en mi pequeñez para la Casa de Yaveh: cien mil talentos de oro, un millón de talentos de plata y una cantidad de cobre y de hierro incalculable por su abundancia. 1 Crónicas 22, 14.

[En cuanto a Salomón] Hizo el rey que la plata y el oro fuese tan abundante en Jerusalén como las piedras y los cedros, como los sicómoros de la Tierra Baja. 2 Crónicas 1, 15.

El rey Salomón envió a buscar a Jiram de Tiro; era hijo de una viuda de la tribu de Neptalí; su padre era de Tiro; trabajaba en bronce y estaba lleno de ciencia, pericia y experiencia para realizar todo trabajo en bronce; fue donde el rey Salomón y ejecutó todos sus trabajos. 1 Reyes 7, 13-14.

La reina de Sabá había oído la fama de Salomón… y vino a probarle por medio de enigmas. Llegó a Jerusalén con gran número de camellos que traían aromas, gran cantidad de oro y de piedras preciosas; llegada que fue donde Salomón, le dijo todo cuanto tenía en su corazón. Salomón resolvió todas sus preguntas. No hubo ninguna proposición oscura que el rey no la pudiese resolver. 1 Reyes 10, 1-3.

[En Job se lee] Si vuelves a Sadday con humildad, si alejas de tu tienda la injusticia, si tiras al polvo el oro, el Ofir a los guijarros del torrente, Sadday se te hará lingotes de oro, y plata a montones para ti. Tendrás entonces en Sadday tus delicias, y hacia Dios levantarás tu rostro. Job 22, 23-26.

Y así se prolongarían las referencias en las que aparece la simbólica de la transmutación metálica en relación con la edificación, no sólo arquitectónica, sino eminentemente espiritual, labor análoga a la que promueve la investigación con el Arbol de la Vida, modelo revelado en el seno del pueblo hebreo, y que como ya hace rato venimos observando se transmitirá más allá de las fronteras judías, llegando a difundirse ampliamente en círculos cristianos y claramente herméticos durante el Renacimiento, donde ambos códigos, el cabalístico y el alquímico, no podrán más que reconocerse uno en otro, y convertirse en herramientas de trabajo para innumerables sabios tanto judíos, como cristianos, gentiles o paganos interesados en adentrarse en el athanor interno del mundo y de sí mismos, y realizar en él el ascenso por todas sus estancias, análogas a las simbolizadas por las sefiroth, todo ello con las convenientes operaciones transmutatorias alimentadas por el fuego del amor, las cuales efectivizarán la iniciación en el Conocimiento.

Por ello debemos realizar una nueva crítica a lo expresado por G. Scholem acerca de la Cábala que es anunciado como el último pensamiento del erudito hebreo acerca del tema, motivo por el cual no le consideramos en lo que respecta a la Cábala cristiana y la Alquimia con la misma autoridad que le reconocemos en aquellos escritos referidos esencialmente a la Cábala judía, notando al pasar que como buen filologista hebreo y arameo le es muy difícil pasar al latín, labor gigantesca que, sin embargo, llevaron a cabo los cabalistas y alquimistas renacentistas a los cuales nos estamos refiriendo en este volumen.382

Scholem, después de repetir conceptos ya enunciados en otros artículos y colecciones lo lleva todo a una conclusión que parece ser lo novedoso en el pensamiento del erudito judío acerca de la cuestión de la alquimia. Así, manifiesta:

Concluyendo este estudio, vuelvo a la pregunta inicial de cómo la alquimia y la cábala se hicieron ampliamente sinónimas entre los teósofos y alquimistas cristianos de Europa, y el impacto de este proceso de identificación en su literatura.

Dos elementos fueron primordialmente responsables de esta transición, cuestionable, de la Cábala a la alquimia, como ocurrió después de 1500 y particularmente después de 1600. Hay un tercer elemento, los “pregoneros del mercado”, que estoy descartando sin minimizar su influencia. A ellos se aplican las palabras de H. Knopp: “Aquí… la Cábala era sólo la carnada…, para tentar a lectores curiosos a comprar libros de autores que no sabían nada de la índole de este conocimiento oculto”. Es difícil apreciar, por los comentarios un poco irónicos hechos por Knopp después de la publicación de la Kabbala Denudata, si él creía que había otros elementos que habían contribuido a una conexión verdadera entre la Alquimia y la Cábala. En todo caso, los siguientes comentarios seguirán un curso diferente.

Se podría decir que la tesis sensacional de Pico de la Mirandola, condenada convenientemente por el Papa, de que la Cábala y la magia eran “dos ciencias que prueban mejor que ninguna otra la naturaleza divina de Cristo”, fue el punto de partida de esta identificación de la Cábala con otras disciplinas. En el caso de Pico, se trataba de introducir la Cábala en el mundo simbólico del círculo florentino en torno a Marsilio Ficino y su búsqueda de una religión y tradición común a toda la humanidad. Para Pico y sus seguidores como Johannes Reuchlin, el cardenal Egidio da Viterbo, el franciscano Francesco Giorgi y el instruido converso Paulo Ricci, todavía no se trataba de alquimia. Pero los dos elementos esenciales de este proceso de transición, se originaron verdaderamente, aunque aún no de manera sistemática, en sus escritos, especialmente, en la interpretación cristiana de la Cábala y la magia como él la entendía. La magia natural del siglo XVI, que estaba basada fundamentalmente en la Occulta Philosophia de Agrippa de Netteshaim, está por supuesto ya muy apartada del concepto de magia de Pico. Esta, en cambio, absorbió aspectos medievales de angelología, demonología y necromancia. En su obra cumbre, cuya intención era integrar todas las ciencias ocultas, Agrippa, influenciado por los dos libros de Reuchlin sobre el tema de la Cábala, identificaba mayormente a ésta con la magia. El adoptó ciertos elementos de la Cábala especulativa que encajan dentro de su sistema oculto, cometiendo a veces asociaciones sumamente incorrectas, como en el libro tres, capítulo diez, con respecto a la relación de las sefiroth con los metales. Agrippa no poseía un conocimiento profundo de las enseñanzas cabalísticas y el simbolismo, pero se mantuvo firme, uniendo la angelología y demonología cristiana y la judío-medieval. Cada uno de sus fieles discípulos –y éstos no eran escasos– podía caracterizar el simbolismo neopitagórico de la naturaleza, en buena conciencia, como cabalista.

Y continúa reafirmando empecinadamente:

No debiera sorprendernos que después de Agrippa, especialmente en la segunda mitad del siglo XVI, hubo una vertiente de nuevas ideas cosmológicas y cosmogónicas, la mayor parte derivadas de la especulación erudita y el encuadre existente de la magia natural. En el campo de la alquimia, la influencia de Agrippa está especialmente reflejada en la Cabala sive speculum artis et naturae in alchymia de Steffan Michelspacher (Augsburg, 1616, reimpreso varias veces). Sus tablas “alquímico-cabalísticas” no tienen nada que ver con la Cábala judía. También debe notarse que la noción de Cábala como la clase más baja de arte mágico tiene que atribuirse también a Agrippa. Cuando la magia docta de Agrippa perdió su credibilidad en el mundo erudito, penetró en grupos sociales bajos, naturalmente mucho más simplificada, o mejor, embrutecida, y de este modo, aún continúa jugando un papel hasta hoy en día en la literatura mágica occidental, frecuentemente ensalzada como Cábala.

Scholem parece ignorar que la asociación de las sefiroth con los metales deriva de la de éstos con los astros. Y se sabe que las correspondencias entre astros y sefiroth han variado de autor en autor y de época en época ¿Quién cree Scholem que ha decretado la correspondencia oficial, legal y definitiva en esta materia? ¿Lo ha hecho acaso Luria? En todo caso de este modo Agrippa ya ha sido descalificado.383 Por otra parte ¿acaso penetrar los misterios de la Cábala pasa exclusivamente por ser un experto en la lengua santa? Claro que esto tiene sus ventajas, pues como apunta de nuevo Patai:

Otro factor de la alta estima de los alquimistas cristianos por la experiencia alquímica de los judíos era la atribución de una eficacia alquímico-mística a los nombres hebreos de la divinidad, los ángeles y los démones, a las palabras hebreas e incluso a las letras del alfabeto hebreo. Se creía que el judío que sabía hebreo, por este hecho, poseía una ventaja sobre los cristianos para alcanzar la maestría en el Gran Arte.384

Pero hemos visto ya en diversas oportunidades que letras y números se corresponden perfectamente, y que ambos son símbolos de potencias, fuerzas o energías universales que ora se expresan a través del abecedario (alefbeto), ora por las numeraciones, los colores, los planetas, los metales o las notas musicales, y que accediendo al descifrado esotérico de cualquiera de estos códigos universales se puede vislumbrar su origen y principio único, y lo que es más importante, identificarse con él. Y esto es lo que sucedió con muchos de los sabios del Renacimiento, tanto judíos como cristianos o paganos: al tener profundamente arraigado el lenguaje alquímico como soporte para la iniciación y al poder acceder también a la simbólica cabalística, un abanico inmenso de posibilidades se abrió ante sus almas y empezaron a entrelazar y conjugar ambas simbólicas, cual las dos serpientes del caduceo de Hermes, realizando riquísimas ope­raciones de magia simpática, estableciendo relaciones y correspondencias entre ambos códigos, y alumbrando unas obras donde números, metales, esferas, letras, colores y nombres de poder se fundían en un discurso único, que es el del discurrir del alma por los estados de la conciencia para extraer el Elixir de la Inmortalidad.

Otra cosa son los sopladores o embaucadores que por malicia o ignorancia fueron emponzoñando el panorama, confundiendo y desprestigiando una Ciencia elevadísima que en estos siglos vivió una esplendorosa regeneración, gracias en parte a la riqueza que significó su conjugación con la simbólica de la Cábala. Y entonces, más bien es un error el pretender establecer fronteras y obstinarse en mantener las diferencias, pues la Vía Simbólica, en lugar de dividir, fragmentar y empequeñecer, lo que hace siempre es abrir puertas para promover la vivencia del Misterio.

Por lo que ahora daremos paso a toda una serie de personajes que labraron unos textos y grabados arcanos y misteriosos, impregnados de una teúrgia actuante, aún ahora, para quien los reciba convenientemente, lo que significa acogerlos como soportes para efectivizar la iniciación y seguir la senda de deificación, verdadero y último propósito tanto de la Alquimia como de la Cábala.

NOTAS
375 Recordar la máxima de Valentino: “Desciende al interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta, verdadera medicina” = VITRIOLUM.
376 Dice Paracelso: “Todo es veneno, nada está exento de veneno. Sólo la dosis hace que una cosa no sea venenosa”. Las siete apologías, op. cit., pág. 43.
377 Raphael Patai, The Jewish Alchemists. A History and Source Book. Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1995, pág. 8.
378
379 Patai señala lo siguiente a propósito de la literatura de este tipo, mucha de la cual está todavía por investigar: “Finalmente, hay que hacer mención de los escritos alquímicos judíos en lenguas no judías, y de las referencias hechas por alquimistas no judíos a la obra de alquimistas judíos. Se encuentra material de este tipo en griego, latín, arameo, árabe, español, italiano, francés y alemán, y una parte de él se presentará en este libro”. Ibid., pág. 15. Y luego: “Aunque hay un gran número de manuscritos alquímicos escritos en hebreo, en judeo-arábigo o en ladino (en caracteres hebreos) accesibles en la colección del Instituto de Manuscritos Hebreos Microfilmados de Jerusalén, al cual mi gratitud es mayor de lo que puedo expresar, no hay una colección semejante de manuscritos alquímicos escritos por judíos en caracteres distintos a los hebreos. Estos todavía están enterrados en centenares de bibliotecas de todo el mundo y esperan a ser descubiertos e identificados. Por ello, la impresión que crea el material de este libro de que los judíos escribieron la mayoría de sus obras alquímicas en caracteres hebreos es probablemente errónea, y habrá de ser corregida localizando, evaluando y publicando escritos alquímicos judíos en otras lenguas –un trabajo verdaderamente hercúleo”. Ibid., pág. 16.
380 “La identificación de Moisés con Hermes fue una hazaña remarcable de la ingenuidad sincrética por parte de los autores helenísticos y posteriormente alquímicos. El Hermes en cuestión no era, por supuesto, el dios griego sino el padre mítico de la alquimia, quien fue identificado también con Adán, Enoch, un hijo ficticio de Mizraim hijo de Ham, Abraham, José y otros. Era considerado la personificación del conocimiento, de la ciencia, del espíritu creativo que se expresa en las artes, y se afirmaba que había sido el guardián de todo el conocimiento heredado de la antigüedad. Como veremos, esta identificación de Moisés con Hermes sobrevivió bastante más allá de la Edad Media”. The Jewish Alchemists, op. cit., pág. 33-34.
381 Ibid., pág. 23.
382 Gershom Scholem, Alchemy and Kabbalah. Spring Publications, Putnem, CT, 2006, pág. 85 y ss.
383 En contraposición a la opinión de Scholem, oigamos lo expresado por otro universitario, en este caso Culianu, discípulo de M. Eliade: “… la magia espiritual de Ficino no conlleva menos operaciones con los demonios como intermediarios, pero la demonomagia propiamente dicha sólo la desarrolló el abad Trithemius de Würzburg, personaje ambiguo al que hemos dedicado parte del capítulo siguiente de nuestro libro. Una combinación de magia ficiniana y de demonomagia trithemiana reaparece en los tres libros de la Filosofía oculta, obra poco original pero muy influyente de Cornelio Agrippa. La magia de Giordano Bruno está inspirada en primer lugar en Ficino, y utiliza como fuentes complementarias a Alberto Magno, Trithemius y Agrippa. En cuanto a Tommaso Campanella, fraile calabrés disidente de principios del siglo XVII, cuya utopía política parece haber ejercido una influencia determinante en el grupo de amigos alemanes que puso en escena la ‘farsa’ (ludibrium) de los rosacruces, cultiva igualmente una magia pneumática de origen ficiniana, cuyos rituales (inofensivos) fueron muy apreciados por el papa Urbano. Entre Ficino y Campanella, numerosos autores están al corriente de la teoría pneumática de Ficino, de la que no siempre explotan su vertiente mágica. Entre ellos, citemos a Juan Pico, Francesco Cattani da Diacceto, Ludovico Lazzarelli, Jacques Gohory, Pomponazzi, Francesco Giorgi, Pontus de Tyard, Guy Lefèvre de la Boderie, etc.”. Ioan P. Culianu, Eros y Magia en el Renacimiento. Prefacio de Mircea Eliade, traducción Neus Clavera y Hélène Rufat, Eds. Siruela, Madrid, 1999, p. 177.
384 The Jewish Alchemists, op. cit., pág. 11.