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Hay un detalle imprescindible seguramente olvidado: aquello que pretendemos ser ha sido aprendido de alguna manera, no es nuestro en modo absoluto. O sea, que simplemente no somos; pues como cualquiera sabe, su identidad no está en sus huesos, ni en su hígado, ni en sus pulmones, ni siquiera en la suma de todas sus máscaras a las que llamaremos anécdotas, o programación condicionante, o representaciones más o menos dramáticas. A esta nada total conviene disimularla ordinariamente, ya que se vive como un pecado vergonzoso; no sea que se note que somos actores jugando papeles, creyéndose roles. Por favor, que no se nos caiga ni un poco de la fachada con la que nos han disfrazado y pasemos un tremendo bochorno.