LAS UTOPIAS RENACENTISTAS,
ESOTERISMO Y SIMBOLO
XI. OTRAS UTOPIAS RENACENTISTAS
FEDERICO GONZALEZ

Los Diálogos de Amor de León Hebreo
Los Abarbanel, o Abrabanel, eran una antigua familia judía que según la leyenda, descendía del propio rey David y había emigrado desde sus tierras a España, a raíz de la destrucción del primer Templo.1 A causa de las persecuciones de 1391 el abuelo de quien sería conocido como León Hebreo se traslada a Portugal.

Allí nace en el seno de una familia prominente –eran los tesoreros del rey Alfonso V– nuestro autor. Pero no sólo sobresalían por su dinero, sino también en lo religioso e intelectual. Su padre Isaac con el que su vida se encuentra entrañablemente unida, era uno de los más conocidos comentaristas bíblicos. Por lo que León Hebreo conoció desde niño no sólo la Torah, sino el Zohar, el Bahir y en general la materia de la que trata la Cábala.

Asimismo conjuga la filosofía clásica con sus raíces judaicas. Sigue a su padre a España en 1484 y permanecerá allí, donde se casa y tiene dos hijos –y cambia su nombre–, hasta 1492 en que tuvo que abandonar como otros tantos hebreos Sefarad (como ellos llamaban a España), dejar todo y desplazarse a otros territorios. Parece que conoció en Florencia a Pico de la Mirandola (1463-1494) y a su profesor Elías del Médigo (1463-1498) entre su salida de España y 1494, en que se lo halla instalado en Nápoles y teniendo como maestro a este último y a Egidio de Viterbo (1465-1532); allí nuestro autor es el médico del rey Fernando mientras su padre es el financista del mismo, y en su casa se reúnen los más reconocidos intelectuales y pensadores de la ciudad.

Tuvo que volver a exiliarse esta vez en Génova (1496-1501) donde se dedica al estudio de la filosofía hermética y la medicina y seguramente comenzó la redacción de los Diálogos de Amor. Después de algunas peripecias finalmente puede volver con su padre a Nápoles. De allí a Venecia donde enseña filosofía entre 1506-1508/9, y aparece esporádicamente en Ferrara (1516) y Pesaro (1520).

Los Diálogos se publican por primera vez en Roma en 1535 y fueron traducidos al latín (Viena 1564), al francés (1580) y al español (1584) e incluidos por Pistorius en su Artis Cabalisticæ Scriptores, Basle 1587.

Haciendo un análisis de la obra se puede constatar algo curioso: el mensaje de la misma sobre el Amor es sin duda de carácter platónico, aunque la forma en que es expuesto el tema –y su sistematización– está muy influida por Aristóteles del que León Hebreo era gran admirador, y aún se podrían notar trazos en ella de la construcción medieval de Sto. Tomás de Aquino, la Suma Teológica.

Es interesante este tema pues reúne en pleno Renacimiento dos pensamientos que si bien presentan diferencias y divergencias tiene también un sustrato común –ya que Aristóteles fue alumno como se sabe de Platón– y que aunque en muchas partes se contradicen también en varias se complementan, como también lo manifestara Gemisto Pletón en su Sobre las diferencias entre Platón y Aristóteles, publicada en Florencia a pedido del incipiente grupo que precediera a la posterior fundación de la Academia, y que tanta impresión causara en la corte de los Médicis.

Queremos detenernos en esta teoría de León Hebreo sobre el Amor por la inmensa calidad de su intelecto y considerando además que otros extraordinarios expositores del tema en la época, como Ficino (De Amore, 1484) y Pico de la Mirándola (Comentario a una canción de amor de Jerónimo Benivieni, publicado en 1522), son más conocidos y valorizados.

He aquí algunos fragmentos de su pensamiento expresado a modo de diálogo entre Filón y Sofía según la traducción de Garcilaso de la Vega, el Inca:2

SOFIA.– Declárame qué conocimiento es ése y de qué cosa, que sola hace al hombre bienaventurado. Séase cual se quiera, a mí me parece extraño que haya de preceder en causa de la felicidad el conocimiento de la parte al conocimiento del todo; que aquella primera razón por la cual concluiste que consistía la felicidad en el actual conocimiento de todas las cosas o ciencias a que nuestro entendimiento está en potencia, me parece que concluye que, estando nuestro entendimiento en potencia, toda su beatitud debe consistir en conocerlas todas en acto. Y si es así, ¿cómo puede ser felice con un solo conocimiento, como tú dices?
FILON.– Tus argumentos concluyen, pero las razones descubren más; y como una verdad no puede ser contraria a otra verdad, es necesario dar lugar a la una y a la otra y concordarlas. Y debes entender que la felicidad consiste en conocer una cosa sola, porque en el conocimiento de todas, cada una por sí divisamente no puede consistir; antes, en un conocimiento de una cosa sola en la cual estén todas las cosas del universo juntamente, y, ésta conocida, se conocen todas juntas en un acto y en mayor perfección que si cada una de ellas fuese de por sí divididamente conocida.
SOFIA.– ¿Cuál es esa cosa que, siendo solamente una, es todas las cosas juntas?
FILON.– El entendimiento, de su propia naturaleza, no tiene una esencia señalada, sino que es todas las cosas. Y si es entendimiento posible, es todas las cosas en potencia, que su propia esencia no es otra que entenderlas todas en potencia. Y si es entendimiento en acto, puro ser y pura forma, contiene en sí todos los grados del ser, de las formas y de los actos del universo, todos juntamente en ser, en unidad y en pura simplicidad; de tal manera que quien puede conocerle, viéndolo en ser, conoce en una sola visión y en un simplísimo conocimiento todo el ser de todas las cosas del universo juntamente, en mucha mayor perfección y puridad intelectual que la que ellas tienen en sí mismas, porque las cosas materiales tienen mucho más perfecto ser en el actual entendimiento que en el que tiene[n] en sí propio. Así que con sólo el conocimiento del actual entendimiento se conoce el todo de las ciencias de todas las cosas y se hace el hombre bienaventurado.

A continuación se refiere a los distintos sentidos de un mismo texto:

FILON.– Los poetas antiguos enredaron en sus poesías no una sola sino muchas intenciones, las cuales llaman sentidos. Ponen el primero de todos por sentido literal, como corteza exterior, la historia de algunas personas y de sus hechos notables dignos de memoria. Después, en la misma ficción, ponen como corteza más intrínseca, cerca de la médula, el sentido moral, útil a la vida activa de los hombres, aprobando los actos virtuosos y vituperando los viciosos. Allende de esto, debajo de las propias palabras, significan alguna verdadera inteligencia de las cosas naturales o celestiales, astrologales o teologales. Y algunas veces se encierran dentro en la fábula los dos o todos los otros sentidos científicos, como las médulas de la fruta dentro de sus cortezas. Estos sentidos medulados se llaman alegóricos.

E igualmente se expresa así acerca de la arquitectura celeste, aquí y en otras partes de su tratado, ya que el conjunto de los astros y su música sutil son la escenificación de la función de Eros en el comienzo de toda posibilidad, según lo afirma Hesíodo. Seguimos citando:

FILON.– Los orbes celestiales que los astrólogos han podido conocer son nueve: los siete cercanos a nosotros son los orbes de los siete planetas erráticos; de los otros dos superiores es el octavo aquel en quien está fijada la gran multitud de las estrellas que se ven, y el último y noveno es el diurno, que en un día y en una noche, que es en veinticuatro horas, vuelve todo su circuito, y en este espacio de tiempo vuelve consigo todos los otros cuerpos celestiales. El circuito de estos orbes superiores se divide en medida de trescientos y sesenta grados, divididos en doce signos de treinta grados a cada uno; el cual circuito se llama Zodíaco, que quiere decir círculo de los animales, porque aquellos doce signos están figurados de animales, los cuales son Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Los tres de ellos son de naturaleza de fuego, calientes y secos, que son Aries, Leo y Sagitario, y tres de naturaleza de tierra, fríos y secos, que son Tauro, Virgo y Capricornio; tres de naturaleza de aire, caliente y húmedos, que son Géminis, Libra y Acuario y tres de naturaleza de agua, fríos y húmedos que son Cáncer, Escorpio y Piscis. Estos signos tienen entre ellos amistad y odio, porque cada tres de una misma complexión parte el cielo por tercio y están apartados ciento y veinte grados solamente; por esto son amigos enteros, como Aries con Leo y con Sagitario, Tauro con Virgo y Capricornio, Géminis con Libra y con Acuario, Cáncer con Escorpio y Piscis, que la conveniencia del aspecto trino con la misma naturaleza los concuerda en perfecta amistad.


Alberto Durero, Esfera armilar, 1525.



Alberto Durero, Melancolía I.

Y más adelante:
FILON.– La luz del entendimiento es estable, y, participada en el ánima, se hace mudable y mixta con tenebrosidad corpórea, como la luna de luz solar y de oscura corporeidad. La mutación de la luz del ánima es como la de la luna de la parte superior a la inferior hacia nosotros, y al contrario; porque el alma algunas veces se sirve de toda la luz cognoscitiva que tiene el entendimiento en la administración de las cosas corpóreas, quedando tenebrosa totalmente de la parte superior intelectiva, desnuda de contemplación y del conocimiento de las cosas abstractas de materia, despojada de verdadera sabiduría, toda llena de sagacidad y usos corpóreos. Y como cuando la luna está llena y en opósito al sol, dicen los astrólogos que entonces está en aspecto sumamente enemigable con el sol, así cuando el ánima toma toda la luz que tiene del entendimiento para la parte inferior hacia la corporalidad, está en oposición enemigable con el entendimiento y se aparta de él totalmente. Y lo contrario es cuando el ánima recibe la luz del entendimiento y se une con él como hace la luna con el sol en la conjunción. Bien es verdad que aquella divina copulación le hace dejar las cosas corporales y los cuidados de ellas, y queda tenebrosa, como la luna de la parte inferior hacia nosotros. Y siendo tan abstracta la contemplación y copulación del ánima con el entendimiento, las cosas corporales no son proveídas ni administradas convenientemente de ella; pero, porque no se destruya toda la parte corpórea por esta necesidad, se aparta el ánima de la conjunción del entendimiento, dando parte de la luz a la parte inferior poco a poco, como hace la luna después de la conjunción. Y cuanto la parte inferior recibe de la luz del entendimiento, tanto le falta de ella a la superior. Y porque la perfecta copulación no puede ser con providencia de las cosas corpóreas,…

En la siguiente cita se ve claramente la función coactiva del Amor en los grados o mundos del universo, estableciendo su manifestación a través del descenso a la primera materia de un mundo jerarquizado que va desde la entelequia primigenia pasando por los númenes y ángeles emisarios, hasta el hombre en estado ordinario ubicado en la más baja graduación del Ser universal, lo más denso de la esfera de lo humano.

FILON.– Y según esta graduación sucesiva de las impresiones de la hermosura divina sucede el amor y el deseo de ella en el mundo intelectual, de grado en grado, desde la primera inteligencia hasta el entendimiento posible humano, que es el más bajo e ínfimo de los entendimientos humanos. Y en el mundo corpóreo, en el cual el amor depende del entendimiento, sucede así del primero y supremo cielo gradualmente hasta la materia primera, la cual es también como cada uno de los orbes celestiales, los cuales, por el amor insaciable que tienen a la hermosura divina, y por participarla más y gozarla, se mueven circularmente de continuo sin reposo; así la materia primera con el deseo insaciable de participar de la belleza divina, con el recibir de las formas, se mueve de continuo de forma en forma, en movimiento de generación y corrupción, sin cesar jamás.

Considerando seguidamente el Amor «intrínseco» de Dios que es aquél que siente por sí mismo, y luego el que León Hebreo denomina «extrínseco» y que a través de la creación va hacia el hombre, objeto de estas emanaciones mediante las cuales la deidad se reconoce a sí misma.

Asimismo nuestro autor recuerda el poder simbólico transmisor y ejemplar de los mitos ubicándolos no como meras fantasías o alegorías sino como la descripción –o la revelación– de verdades esenciales y propias del ser humano, entretejidas con la raíz del universo. Es decir, en tanto que transmisores mágicos de energías a través de las utopías que ellos tejen y destejen en el Olimpo, en la Ciudad del Cielo, las que se reflejan a cualquier nivel de entendimiento.

Y de este modo se expresa sobre los símbolos:

SOFIA.– ¿De qué manera son tan proporcionados los ojos de nuestra ánima y el entendimiento a las hermosuras espirituales?
FILON.– Porque nuestra ánima racional, por ser imagen del ánima del mundo, es figurada obscuramente de todas las formas que existen en esa ánima mundana, y por esto, con discurso racional, como semejante, las conoce distintamente y gusta de su hermosura y la[s] ama. Y el puro entendimiento que reluce en nosotros es semejantemente imagen del entendimiento puro divino, señalado de la unidad de todas las ideas, el cual, al fin de nuestros discursos racionales, nos muestra las esencias ideales en intuitivo, y abstractísimo conocimiento, cuando nuestra razón bien habituada lo merece. Así que con los ojos del entendimiento podemos ver en un mirado la suma hermosura del primer entendimiento y de las ideas divinas, y, siendo vista, nos deleita, y nosotros la amamos; y con los ojos de nuestra ánima racional, con ordenado discurso podemos ver la hermosura del ánima del mundo y en ella todas las formas ordenadas, las cuales también nos deleitan grandemente y mueven a amar. Son asimismo proporcionadas a estas dos hermosuras espirituales del primer entendimiento y del ánima del mundo las dos hermosuras corporales, la que se alcanza por el ver y la que se alcanza por el oír, como semejanzas e imágenes suyas. La de la vista es imagen de la hermosura intelectual, porque toda consiste en luz, y por la luz se aprehende; y ya tú sabes que el sol y su luz es imagen del entendimiento primero; de donde, así como el entendimiento primero alumbra con su luz los ojos de nuestro entendimiento y los llena de hermosura, así su imagen el sol, con su luz, que es resplandor de ese entendimiento, hecha forma y esencia de ese sol, alumbra nuestros ojos y les hace comprehender todas las resplandecientes hermosuras corpóreas. Y la que se alcanza por el oído es imagen de la hermosura del ánima del mundo, porque consiste en concordancia, armonía y orden, así como existen las formas en ella en ordenada unión. Y, así como el orden de las formas que hay en el ánima del mundo hermosea a nuestra ánima y es comprehendido de ella, así las composiciones de las voces en canto armoníaco o en oración sentenciosa o en verso se comprehenden por nuestros oídos y mediante ellos deleitan nuestra ánima por la armonía y concordancia de que ella está figurada del ánima del mundo.

Y así opina sobre la belleza en el ámbito tanto de lo cósmico como de su contemplación en el microcosmos:

FILON.– Ya es tiempo de decírtelo. Bien sabes que el mundo fue, mediante el amor, producido del sumo Criador; porque, mirando el sumo Bien la inmensa hermosura suya, y amándola, y ella a él como a sumo hermoso, produjo o engendró, a semejanza de su hermosura, al hermoso universo: el fin del amor es, como dice Platón, parto en hermoso. Producido, pues, el universo del sumo Criador suyo a semejanza o a imagen de su inmensa sabiduría, nació el amor del Criador acerca de ese universo, no como de imperfecto a perfecto, sino como de perfectísimo superior a menos perfecto inferior, y como el del padre al hijo y el de la causa a su efecto singular; por lo cual el fin de este amor no es alcanzar hermosura que falte al amante, ni por deleitarse en la unión del amado, sino por hacer alcanzar al amado mayor perfección, de la cual faltaría si no la adquiriese por el amor del amante y por deleitarse ese divino amante en la hermosura mayor, la cual el amado universo alcanza mediante su divino amor, como acaece en todos los amores de las causas a sus cuatro efectos, de los superiores a los inferiores, de los padres a los hijos, del maestro al discípulo y de todos los bienhechores a los que reciben sus beneficios. Que su amor de ellos es deseo que su inferior arribe al grado mayor de la perfección y hermosura en la unión, de la cual se deleita ese amante con ese amado; y esta delectación del amante, que recibe en la perfección y hermosura del amado, es el fin del amor de ese amante.

NOTAS
1 Introducción de José María Reyes a León Hebreo, Diálogos de Amor. Promociones y Publicaciones Universitarias, Barcelona 1986.
2 León Hebreo, Diálogos de Amor. Porrúa, México 1985.