La paz no es confort espiritual, ni tranquilidad
consumible. Tampoco es la jubilación anímica, ni el seguro
contra malestares, ni una nueva manera del egoísmo. No es la
expansión de los sentidos ni el subsiguiente relajamiento; mucho
menos las formas mecánicas de la producción cuantitativa
de virtudes. Estos son tan sólo los pacíficos estigmas
de la sociedad actual. Los jóvenes realizan una orgía
prosaica hipnotizados desde hace siglos por su notoria fijación
hacia los genitales. Y los adultos buscan mentalmente un lugar en el
cementerio ilusionándose en que allí han de encontrar
la gran comodidad final. Su tranquilidad, en esas pobres tumbas materiales
que tratan de vincular con el más allá. Nunca nada será mejor;
aquí no hay otra cosa sino un ahora reiterado.
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