CAPITULO VIII
LA INICIACION
De entrada diremos que si bien una sociedad tradicional comparte la vivencia de lo sagrado, no todos sus integrantes lo hacen al mismo grado, o de idéntica manera. Hay diversos estadios en el conocimiento de la realidad invisible, de la Suprema Identidad, que se dan en la conciencia de algunos de los individuos pertenecientes a esa sociedad, lo que marca su función dentro de la misma. Por otro lado, los modos de realización son disímiles de acuerdo a las características peculiares de los pueblos y los individuos, al tiempo y espacio que les tocó vivir, a su destino histórico o personal, etc. Algo es común sin embargo a todos los grados de Conocimiento de otros planos o mundos: la Iniciación. En efecto, esta realidad compartida por todos los pueblos en todas las épocas y con la que topa el etnólogo, el arqueólogo, el historiador, el filósofo, en fin, el estudioso del hombre o de la antigüedad, es un hecho evidente y por lo tanto es obvia su importancia, lo mismo que es necesario esclarecer su significado por más que las concepciones en boga no le otorguen sino un valor secundario tratándolas como ceremonias rituales, costumbrismos con explicaciones naturalistas o sociales, o la asimilen exclusivamente a la 'educación' profana o a prácticas mágicas. 

Este hecho cultural unánime que es la Iniciación marca la vida del aprendiz que accede a ella y establece el paso de un estado de conocimiento a otro, de un plano de la conciencia a uno diferente, de lo profano a lo sagrado, de una manera de ser en el mundo a otra de concebirlo y, por lo tanto, de ser. Sin embargo hay distintos tipos de iniciaciones: algunas son efectuadas a determinada edad o en cierta época del año y son fijas y colectivas celebrándose con fiestas, ceremonias y palabras exactas y gestos idénticos de los que participa todo el pueblo en su debido momento. Tales las iniciaciones relacionadas con los ritos del año nuevo (y muerte del año anterior) y vinculadas con la vegetación y la fecundidad. Asimismo los ritos de la pubertad, que abren a la comunidad el acceso a la regeneración y otro nivel de la realidad. Igualmente hay iniciaciones graduales y sucesivas para los interesados o llamados al Conocimiento, en planos cada vez más altos y profundos, buscando la realización de otros estados del Ser Universal, los que son siempre enseñados por maestros a discípulos de acuerdo y por mediación de los símbolos, las tradiciones, los mitos y los ritos, secretos y actuantes, que describen y reactualizan los misterios cosmogónicos, posibilitando así que éstos se vivifiquen y den acceso a la comprensión del mundo y del hombre, al Conocimiento y la Sabiduría. Así nos relata Sahagún que en el Calmécac a los aprendices  

    "les enseñaban todos los versos de canto, para cantar, que se llamaban divinos cantos, los cuales versos estaban escritos en sus libros por caracteres; y más les enseñaban la astrología indiana, y las interpretaciones de los sueños y la cuenta de los años ...." (Libro III, Cap. VIII).  

    "Los adivinos que tenían los libros de las adivinanzas y de las venturas de los que nacen, y de las hechicerías y agüeros, y de las tradiciones de los antiguos que vinieron de mano hasta ellos" (Libro I, Cap. XII).

Y Landa afirma:  
    "...Las ciencias que enseñaban eran la cuenta de los años, meses y días, las fiestas y ceremonias, la administración de sus sacramentos, los días y tiempos fatales, sus maneras de adivinar, remedio para los males, sus antigüedades, leer y escribir con sus letras y caracteres en los cuales escribían con figuras que representaban las escrituras". (Relación de las Cosas de Yucatán, Cap. VII). 
Esta clase de individuos que son pocos han gobernado por períodos cíclicos a los pueblos por su conocimiento, sabiduría y aptitudes, y en todo caso son los que han diseñado o promovido siempre -por su actuación en el mundo- todas las culturas. Sus iniciaciones son llamadas sapienciales y son siempre las más altas y se manifiestan aun en pueblos muy primitivos donde se enseñan los conocimientos y misterios tribales; pero las iniciaciones, como ya indicamos, toman diversas formas de acuerdo a la naturaleza de los individuos y los pueblos y a las épocas cíclicas o históricas que les ha tocado vivir; las iniciaciones guerreras no son las ya mencionadas sapienciales y las artesanales tampoco son las guerreras.1 

Es más, sin el hecho real y efectivo de la Iniciación nada podría saberse ni entenderse acerca del hombre y la vida de esos pueblos. Y más aún: este acontecimiento grandioso por el que se obtiene el ser gradualmente y por intermedio del cual nos comprendemos a nosotros mismos y a nuestro papel en el mundo, es el que nos conecta con la realidad de otros planos de los que podría decirse son los específicamente humanos -y lo distinguen al hombre de especies más limitadas-, los que también explican la existencia del universo y la nuestra, pues incluyen la identidad del Conocer y el Ser, de cara a lo cual todo lo que no es el Conocimiento sólo es ilusión, o una forma del engaño y la mentira. Para la perspectiva tradicional si no fuera por la Iniciación en los misterios la vida no tendría ningún sentido.2 Y por cierto que ella no es para estas sociedades un simple formalismo de trámite o una alegoría, sino la posibilidad -la necesidad- real de conocer y revivir la cosmogonía original, la virginidad del comienzo, lo que otros llaman realización espiritual y que puede obtenerse a través del símbolo y del rito -y las prácticas de observación, investigación y estudio, conjuntamente con las de meditación, contemplación y oración del corazón- que no son meras convenciones o ceremonias, pues el educador, el iniciador auténtico, es finalmente el numen que se revela al ser humano, al que todo hay que enseñárselo puesto que todo lo aprende. ¿Quién instruyó al hombre sino el dios educador? ¿Qué sino el origen mítico -que se traduce siempre por hechos históricos, temporales o anecdóticos- y la irrupción de lo sagrado en lo profano justificaría la realidad del mundo y nuestra existencia, santificándola, haciéndola verdad? ¿Cómo podría mantenerse y reproducirse un pueblo que no estuviera fundamentado en el conocimiento auténtico de las cosas? La muerte a un plano de conciencia -tal vez pudiera decirse, a un grado de experiencia- y la resurrección a un plano mayor, en cuanto más amplio y universal al menos, están íntimamente ligadas a la idea de destrucción del pasado, de fin de las imágenes conceptuales del hombre viejo y renacimiento a otro mundo, el del hombre nuevo; y también con ideas de trabajo, disciplina, orden, sacrificio -que viene de sacrum facere, de hacer sacro-, o mejor, de autosacrificio, en relación con las pruebas que deben sortearse y vencerse en los ritos de iniciación y que obligatoriamente han de vivirse no sólo en la mera superficialidad, sino en la interioridad de la conciencia, para estar efectivamente en el camino del Conocimiento, de la intuición inteligente percibida de manera directa, es decir, para ser un iniciado o tener algún grado de iniciación.3 Si queremos comprender a los pueblos arcaicos debemos abordar el asunto de la Iniciación como hecho cosmogónico real, verdad reconocida en todas las culturas tradicionales y arcaicas, acontecimiento que provoca un comercio ininterrumpido entre hombres y dioses (fuerzas invisibles, espíritus, ángeles, monstruos, etc.) por intermediación de la colectividad como pueblo sagrado e iniciado en general, y en particular por la intervención de aquellos que se han dado en llamar 'especialistas de lo sagrado' (hombres de conocimiento, sabios, magos, chamanes, sacerdotes, jefes, adivinos, brujos, hechiceros, curanderos, yerberos, etc.) en los distintos niveles en que estos 'especialistas' se expresan de acuerdo y en virtud de sus conocimientos. 

Decíamos que una de las características comunes a todas las iniciaciones es la de las pruebas a que es sometido el aspirante. En la actualidad esas pruebas se producen con los adeptos que comienzan a avanzar en la vía del conocimiento, se transponen y manifiestan como contrariedades con respecto al medio, al que viven como alienado, falso e ignorante, y lo que es peor, un reflejo de la propia individualidad puesto que la programación que nos ha infligido es la misma que la nuestra. Por lo tanto, aquél que a través de una búsqueda empieza a encontrar las piezas sueltas de una cosmogonía como soporte de una ontología y una auténtica metafísica y compromete todo su ser en ello -puesto que las ideas son creadoras, generadoras-, ya se trate de lo intelectual, lo emocional y aun de lo instintivo, percibirá una reforma de su visión del mundo a la par que una conversión de la psiqué, lo cual constituye una renuncia a un mundo de imágenes falsas, parto harto difícil para los protagonistas. Que se encuentran con verdaderas pruebas existenciales e individuales dadas por la lucha entre una nueva lectura de la realidad que supone el verdadero conocimiento y otra vieja e ignorante que sin embargo conforma nuestra identidad de acuerdo a aquello que dice que se es lo que se conoce; a saber, que hay identidad entre el ser y el conocer. Por otra parte desenmascarar las equivocaciones y errores de ese medio ignorante, desemboca de una u otra manera en la marginación. 

Los ritos agrarios, y en general todos los mitos y símbolos vinculados con la naturaleza (y sus ritmos y ciclos), constantemente la sacralizan al tomarla como la manifestación del Ser y además, su esposa, reflejo invertido de la divinidad, en la que ésta se expresa de modo inmanente. En particular están ligados con la ronda de las estaciones: la paralización y anquilosamiento del invierno, el despertar mágico de la primavera, la riqueza fructífera del verano y la melancolía del otoño. Hay pueblos que no tienen sino dos estaciones, la lluviosa y la seca, como sucede con numerosos pueblos americanos; la primera está relacionada con la generación, en la segunda, por el contrario, muere la vegetación que es el alimento de bestias y mortales. 

Los dioses y sus peripecias están íntimamente vinculados a los acontecimientos naturales, pero los dioses, o la energía de los dioses, es la que se encuentra oculta en los fenómenos y no son éstos los que generan o ponen nombre a los dioses, pues hay una jerarquía evidente entre los espíritus creadores y las criaturas. 

El dios náhuatl del viento Ehécatl, por ejemplo, no es tal sólo porque sople el aire, ya que en una cultura arcaica todo está unido indisolublemente y esta agitación de la atmósfera está conectada con la respiración divina y también con la humana y con el hálito vital del hombre y el mundo, con la fertilidad y la conservación y destrucción regeneradora que se produce en la bipolaridad verano-inviemo, aspir-expir, y en varios otros pares de opuestos relacionados directamente con la vida y la muerte, o con la muerte y la resurrección, tan inmejorablemente ejemplificados por los ritmos naturales de la vegetación, sabiamente utilizados en la cultura del agro. 

Con esto queremos dejar aclarado que la Iniciación, que equivale a una regeneración, a un cambio de piel en el que se deja la 'otra' existencia, está íntimamente vinculada con estos ritmos naturales y por lo tanto con los agrarios, reiteramos, por ser éstos una exteriorización, o un modelo prototípico de creación de una nueva vida, a cualquier nivel que ésta se produzca. En este último sentido también el arrebato chamánico (inspiración divina) debe relacionarse con el aire en general y sobre todo vérsele como productor de vida y asimismo iniciador (psicopompos) de un proceso que el viento propicia y transmite, y que de seguirse el orden correcto, o natural, culminará con el nacimiento de un nuevo ser en la época adecuada, como sucede comúnmente con todos los frutos. 

Pero lo que verdaderamente ha estado siempre presente en estos ritos -lo que es claro en los misterios de Eleusis, para nombrar sólo un ejemplo- es que todas estas ceremonias evocan una muerte y una resurrección, vale decir que no sólo representan el nacer a un nuevo estado a partir de los temblores, miedo y agonía de un deceso, sino que ejemplifican cabal y nítidamente y de manera concreta el tránsito post-mortem del alma, o sea el viaje que el ser realiza al 'más allá' inmediatamente después de la muerte. Ha de reiterarse que los trances 'chamánicos' igualmente repiten esta experiencia, visualizada asimismo como un descenso a los infiernos, o al centro de la tierra, de la que emerge el iniciado como nuevo, reconstruido, y con una percepción regenerada de la realidad. Estos chamanes son a la vez psicopompos y su descenso al país de los muertos muchas veces se debe a la tarea de rescatar un alma perdida. En todo caso esta experiencia se ve muchas veces coronada por el éxito luego de una serie de aventuras en el otro mundo, de terribles peligros y obstáculos -entre los que se destacan unánimemente en toda América el cruce de un río y un puente como en otras tradiciones- lo cual reproduce simbólicamente el trayecto del alma en el proceso de Iniciación a los misterios cósmicos, ontológicos y metafísicos, o sea la navegación post-mortem hacia el país de los ancestros. 

Hay una dialéctica del dolor. Dios es Amor y necesita Amor. Ama y es Amado. El dolor surge entonces como un ansia de ese amor y la imperiosa necesidad de amar. Todas las tradiciones del mundo han conocido esa paradoja, esta inversión y complementación, esta analogía que liga indestructiblemente a todos los pueblos entre sí y constituye la dinámica del mundo. El dolor como forma de amor a Dios constituye parte de la dialéctica de la creación y no sólo era practicada por la tradición judeocristiana, por los descubridores, sino también y en forma muy rigurosa por los precolombinos. Este tipo de sacrificio, muchas veces sangriento, adquiría su completo sentido en las pruebas de iniciación, donde el Conocimiento y la preparación a otras realidades y formas de percibir diferentes, auténticas y verdaderas, necesitaba de la propia esencia, del ser del iniciado. 

Aunque debemos advertir que por desgracia lo que más abundantemente subsiste cuando desaparece una auténtica tradición son los elementos más bajos, ligados con la brujería y la superstición, los que, por otra parte, coexistían con ella, aunque prohibidos y penalizados cuando se encontraba vigente, tal el caso de los quichés y los indios de la Verapaz donde los hechiceros eran castigados con la pena de muerte. 

Para finalizar diremos que si bien las iniciaciones sapienciales constituyen la máxima jerarquía en una gran civilización tradicional, eso no implica que esa iniciación, más perfecta desde el punto de vista de la complejidad de su pensamiento, rica en todos sus órdenes y refinada en sus concepciones y manifestaciones, sea de una clase mayor a la obtenida por otros grupos de una manera más directa. La filosofía se expresa en un lenguaje sucesivo y dialéctico y por lo tanto está más alejada de su objeto que la intuición directa que no necesita expresión en sí misma, que es precisamente lo que pretende la filosofía en cuanto metafísica. Cuando el hombre se consolida crea la civilización y construye sus templos en piedra, lo cual requiere conocimientos en arte, ciencia e industria, que han de ser enseñados y aprendidos en un largo proceso, pues se trata también en lo individual de la construcción del verdadero hombre, del templo interior. Esto lo proporcionaba gradualmente el Calmécac entre los aztecas, y por cierto que las iniciaciones sapienciales exigen ciencias y artes más complicadas que la simple transmisión de los mitos y secretos tribales de padre a hijo, o de maestro a discípulo. Lo que se conoce es lo mismo -al nivel que esto sea- pero el habitante de una civilización tiene una serie de nombres, valores y categorías para clasificar sus vivencias, mientras que el otro -encarnándolas también- no los necesita. Dependemos de las imágenes mentales que poseemos y si nunca hemos tenido idea de la filosofía griega y su lenguaje o la cultura "clásica" es inútil pensar que tendremos experiencias en ese sentido. Lo cual no quiere decir que la vivencia no sea la misma, expresada en un código o en otro, ya que en definitiva todas las lenguas son una sola lengua universal.

NOTAS
1 "Sin que pudieran ver a Viracocha, los muy antiguos le hablaban y adoraban. Y mucho más los maestros tejedores que tenían una labor tan difícil, adoraban y clamaban". (Dioses y hombres de Huarochirí), manuscrito indígena colonial. Traducción J. M. Arguedas, México, 1975). Viracocha, dios educador, era el que había enseñado las artes a los hombres estableciendo así la comunicación cielo-tierra. Este es un bello ejemplo de invocación ritual por intermedio de una iniciación artesanal, particularmente si se toma en consideración que los textiles de la zona, en que se encontró este manuscrito, se cuentan entre los más bellos y perfectos del inundo. Es notoria la poca importancia que los cronistas coloniales prestaron a las artesanías como forma ritual y didáctica, como recepción y transmisión de conocimientos, aunque alaban las condiciones y la industria de los naturales y el Códice Florentino, verbigracia, ilustra claramente sus actividades. Los informantes indígenas de Sahagún equiparan a los alfareros (artífices-toltecas) a los sabios y maestros, en cuanto son creadores, dan vida a la masa informe. "El que da un ser al barro; de mirada aguda, moldea, amasa el barro. El buen alfarero pone esmero en las cosas, enseña al barro a mentir, dialoga 'con su propio corazón, hace vivir a las cosas, las crea, todo lo conoce como si fuera un tolteca...". Lo mismo sucede con los pintores: "El buen pintor; entendido, Dios en su corazón, que diviniza con su corazón las cosas, dialoga con su propio corazón". (Texto traducido por Miguel León Portilla). Por otra parte, los motivos 'decorativos' artesanales no son creaciones populares como se suele creer, sino que constituyen diseños perfectamente establecidos y repetidos ceremonialmente, símbolos tradicionales reveladores de un pensamiento e idea cosmogónica.
2 También la Iniciación, como se ha indicado, es equivalente al viaje de los muertos en el más allá y asimismo se la equipara con el recorrido de los astros por el inframundo y siempre se la asocia con pruebas y trabajos y como hemos señalado con muerte y resurrección.
3 Los jóvenes incas escalaban un monte, el Huanacauri, como parte de sus trabajos iniciáticos; los indios de Estados Unidos se autotorturan en la célebre Sun dance; en toda Mesoamérica está presente la idea de atravesar uno o nueve ríos muy peligrosos como parte del viaje de ultratumba. Esto es común al pensamiento arcaico de todo el mundo, pudiendo observarse actualmente también en el pensamiento Tradicional Africano. En las iniciaciones de los indios del sureste de los Estados Unidos, tribus agricultoras y guerreras, los grados jerárquicos de conocimiento iniciático y crecimiento interior se marcaban exteriormente por medio de una incisión o tatuaje labrado en la piel. Cuando se le ponía el primer nombre al muchacho se le hacía la primera. Cuando se convertía en aspirante guerrero, en la adolescencia, se le practicaba la segunda. Y la tercera se efectuaba cuando había sufrido con éxito las pruebas iniciáticas de la guerra y era un hombre verdadero, al que se le ponía un nuevo y auténtico nombre. De allí en más las incisiones eran múltiples de acuerdo a la experiencia, habilidad y valor testimoniados en la batalla.