PRESENCIA VIVA DE LA CÁBALA II
LA CÁBALA CRISTIANA

FEDERICO GONZALEZ - MIREIA VALLS
Marsilio Ficino sosteniendo un libro como instrumento musical, A. Ferrucci, Santa María dei Fiore.
Marsilio Ficino sostiene un libro como si de un instrumento
musical se tratara.
A. Ferrucci, Busto de Marsilio Ficino,
Florencia, Santa María dei Fiore.
CAPITULO III
LA TRADICION HERMETICA Y LA CABALA (1)

Marsilio Ficino y Giovanni Pico de la Mirandola
Desde siempre la crítica ha destacado la influencia platónica en el pensamiento de Marsilio Ficino (1433-1499), traductor y comentarista de sus obras, e incluso la de Plotino a quien también tradujo, pero debemos a Frances Yates en el siglo XX con los precedentes de Eugenio Garín, P. O. Kristeller y D. P. Walker, el haber señalado la extraordinaria influencia en Ficino de la literatura hermética, concretamente del Poimandrés, en su vida, obra y enseñanzas; textos que tradujo en Florencia antes que los clásicos ya nombrados por expreso pedido de su protector Cosme de Médici, por considerar ambos que este libro era anterior a la filosofía griega, e incluso a Moisés, ya que se trataba de la expresión de la teosofía egipcia, y aún anterior, juzgadas por ser las más antiguas como las más sabias, reafirmando las ideas de la prisca theologia que es en esta época cuando adquiere más fuerza.

El hecho de la comprobación por parte de Issac Casaubon de que estos libros fueran recientes, de los primeros siglos del cristianismo, refutó la creencia de que tenían esa antigüedad y por lo tanto no reflejaban el pensamiento egipcio, lo que disminuyó en parte su prestigio, como si un error de datación bibliográfica pudiera deslegitimizar los contenidos de este tesoro sapiencial. Pero eso sólo en parte enturbió sus contenidos, puesto que este pensamiento análogo a la forma en que se expresa el bíblico, ha quedado testimoniado en sus textos que datan probablemente de la Alejandría egipcio-griega-romana, como sucede con diversos escritos que recogen tradiciones antiguas en tiempos más recientes como es el caso igualmente del Talmud de Jerusalén y el de Babilonia mucho más recientes que las tradiciones judías que manifiestan.

Motivo por el cual tomamos a los libros de la Hermetica en tanto que expresiones vivas de un pensamiento de raíces egipcias que aún subsistía en aquella época, como puede ser observado en una vasta literatura que los cita y que a su vez toma al nombre de Hermes como al principal protagonista, no sólo de un modo filosófico, sino también en relación con la magia "popular", los amuletos, los talismanes defensivos, los pantáculos mágicos y los conjuros, análogos o exactos a los de la Cábala, a lo que se suma el testimonio de numerosos sabios de la antigüedad, en cuanto se referían éstos a un tipo de creencias a las que se les daba el nombre de herméticas, o se ponían bajo el patrocinio del dios Hermes.

Se debe aclarar que este inmemorial legado que hoy está presente entre nosotros se debe a que se ha vuelto a estudiar hace un tiempo, renovándose desde que se publicaron las más importantes versiones del Corpus, tanto en la Inglaterra victoriana (W. Scott) como en Francia (A. D. Nock y A. J. Festugière, siglo XX) aunque ya en el siglo XIX hubiese sido traducido a esa misma lengua por L. Ménard.108

Es difícil hablar de estos libros sin mencionar el impacto emocional e intelectual que producen en los que consideran a Platón y a la Biblia como sus fuentes más importantes de conocimiento, que junto con el legado invisible de la civilización egipcia conforman un bagaje erudito y filosófico o, como dice el mismo Asclepio, una religio mentis. Es decir, la obtención del Conocimiento por intermediación de la palabra, en este caso escrita, reproducida en diálogos, expresada por personajes e Himnos como este:

Acoja la naturaleza toda del cosmos la audición de este himno. ¡Abrete tierra!, ¡ábraseme todo cerrojo del agua!, ¡no os agitéis, árboles! Porque estoy a punto de cantar al Señor de la creación, al todo y al uno. ¡Abriros cielos!, ¡vientos, deteneos! Que acoja mi palabra el círculo inmortal de Dios. Estoy a punto de cantar al creador del universo, al que fijó la tierra y suspendió el cielo, al que ordenó al agua dulce que saliera del océano hacia la tierra habitada y deshabitada para subsistencia y creación de todos los hombres, al que ordenó que apareciera el fuego para toda empresa de dioses y hombres. Démosle todos juntos alabanza al que está elevado por encima de los cielos, al constructor de toda la naturaleza. Él es el ojo de mi pensamiento. Que acoja favorablemente la alabanza de mis potencias.

Potencias que estáis en mí, cantad al uno y al todo; concertaos con mi voluntad potencias todas que estáis en mí: santo conocimiento, iluminado por ti, a tu través, canto a la luz inteligible y me regocijo en la alegría del pensamiento. Potencias todas, cantad conmigo. Y tú también, templanza, canta conmigo. Mi justicia canta a lo justo a través de mí. Mi generosidad canta al todo por mí. Verdad, canta a la verdad. Bien, canta al bien. Vida y luz, de vosotras procede la alabanza y a vosotras regresa. Padre, energía de las potencias; gracias te doy, Dios, potencia de mis energías. Tu palabra te canta a mi través, recibe a mi través el todo en la palabra, como sacrificio verbal.

Estas cosas claman las potencias que hay en mí, cantan al todo, cumplen con tu voluntad, tu determinación que viene de ti y a ti vuelve, el todo. Recibe de todas el sacrificio verbal. El todo que ya está en nosotros ¡sálvalo vida!, ¡ilumínalo luz, [aliento vital], Dios! Pues a tu palabra la apacienta el pensamiento; creador que aportas el aliento vital, sólo tú eres Dios.

Tu hombre proclama estas cosas a través del fuego, a través del aire, de la tierra y de tus criaturas. He obtenido de tu eternidad la alabanza y, tal como buscaba, estoy en reposo por tu voluntad. He visto por tu voluntad.109

Y el siguiente, lo opuesto, ejemplo de gnosis negativa, relativo al lamento de las almas por su incorporación a la Creación:

Oh cielo, principio de nuestra génesis, éter y aire, manos y sagrado aliento de nuestro monarca Dios, astros resplandecientes que sois los ojos de Dios, luz infatigable del Sol y de la Luna, hermanos de leche de nuestro origen, sufrimos la terrible desgracia de ser separadas de todos vosotros y, lo que es peor, tras ser arrebatadas de las cosas grandes y luminosas, de lo sagrado envolvente, de la opulenta bóveda celeste y de la felicidad participada con los dioses, vamos a ser de este modo encerradas en unos indignos y abyectos cuerpos. ¿Pero qué acto tan vergonzoso hemos podido cometer, desgraciadas de nosotras?, ¿qué que pueda merecer estos castigos? ¡Pobres de nosotras!, ¡cuántos errores nos esperan!, ¡qué no habremos de hacer, a causa de la perversidad de las esperanzas, para satisfacer a un cuerpo acuoso y rápidamente disoluble! De poco nos servirán sus ojos, a unas almas que ya nunca pertenecerán a Dios, porque a través de esa cosa húmeda y redonda sólo veremos de ínfimo tamaño a nuestro progenitor el cielo, siempre estaremos gimiendo y puede que ni siquiera seamos capaces de ver.110

Como se ve en estos ejemplos el tono del discurso es tan valioso y efectivo como la grandeza de los distintos temas e ideas cosmogónicas y de sabiduría que lleva implícitos, y que se les hace decir a unos personajes sobre los que reina Hermes de modo directo, o de manera indirecta, y que conforman al resto de los protagonistas que transcurren por los textos.

Marsilio Ficino recibió estos libros que venían de Oriente y quedó para siempre tocado por esta herencia griega prácticamente desconocida –ya que Occidente sólo poseía una versión latina del Asclepio que el toscano admiraba– y que tan bien casaba con sus estudios platónicos y sus creencias cristianas, ya que además de ser un sabio versado en la Antigüedad clásica, era sacerdote católico.

También médico, lo cual es frecuente en los esoteristas de su época, y muy importante en la corte de los Médici, donde su príncipe Cosme era muy amigo del padre de Ficino, Diotifece, su médico personal.111

Igualmente era músico y cantaba y bailaba los himnos órficos y los de Proclo y asimismo los Hermetica al compás de la armonía del cosmos, acompañado con una "lira de braccio", mientras todo ello constituía una bellísima ceremonia, propia del arte de la época, donde se disfrazaban, o mejor, se ocultaban de modo refinado y simultáneo la gnosis y la incantación.

En efecto, esta posibilidad de ritualización propia de la teúrgia encontró en Ficino un inspirado intérprete y un protagonista mágico de la Tradición, esa prisca theologia, que atesoraba un Conocimiento secreto, aunque sin embargo accesible y brillante en este texto o aquél, tanto en la Biblia como en Platón y el Corpus Hermeticum, y que a su vez era aquello que las propias cosas, seres, o fenómenos, manifestaban en el concierto universal de su alma.

Esta revelación que recibe el sabio florentino, por medio de estos libros, lo acompañará para siempre iluminando todos los órdenes de su vida al moldear su pensamiento y su obra.

Dejemos que él mismo lo transmita en su auto de fe para ingresar al sacerdocio:

… la antigua teología de los gentiles en la que coinciden Zoroastro, Mercurio [Hermes], Orfeo, Aglaofemo y Pitágoras, está toda recogida en las obras de nuestro Platón. Y en las cartas de Platón anuncia (vaticinatur) que al final, después de muchos siglos, tales misterios podrán ser revelados a los hombres […]. En cuanto a mí, he encontrado que los más grandes misterios de Numenio, Filón, Plotino, Jámblico, Proclo, habían sido tratados por Juan, Pablo, Jeroteo, Dionisio Areopagita.112

Y esta creencia que verifica la unidad fundamental de las tradiciones que lleva a la idea de una Tradición Primordial y Unánime llamada en ese tiempo prisca theologia, caracterizará el pensamiento ficiniano –y el de Pico– y se proyectará hacia el futuro, ya que se prolongará en la Historia de las Religiones, o religiones comparadas, que incluirá posteriormente otras tradiciones desconocidas, o prácticamente ignoradas entonces, como las del Extremo Oriente, o las Precolombinas, con análogas cosmogonías a las occidentales y a veces idénticos simbolismos y mitologías.

Por otra parte al comienzo ya se ha señalado la importancia de la historiadora inglesa del Warburg Institute, acerca de mostrar el papel fundamental del Corpus Hermeticum en la filosofía de Ficino, en su obra y su vida en pos del Conocimiento, lo que se le manifestó en distintas vías de varias tradiciones que tuvo la inmensa suerte de conocer de primera mano a través del estudio exhaustivo de los autores que tradujo que incluían constantemente a la Teosofía griega, y a la pagana en general, especialmente la egipcia que era la más antigua y la madre de las tradiciones conocidas, entre ellas la Cábala judía, basada en el Pentateuco, o sea en Moisés, por lo tanto posterior al Thot egipcio, dios mensajero, escritor, identificado con Hermes Trismegisto en uno de sus tres aspectos.113

NOTAS
108
109 Textos Herméticos. Poimandrés, Himno XIII. Ed. Gredos, Madrid, 1999, p. 215.
110
111 El apellido Médici se ha prestado a interpretaciones de cábala popular en relación con el poder de curar, favorecido ello por el escudo familiar con círculos que pueden parecer medicinas o apósitos. También píldoras de veneno, muy frecuentes, como se sabe, en ese tiempo aunque lo usual para curar eran las sangrías que duraron hasta el siglo XIX.
112 Eugenio Garín, Marsilio Ficino y el Platonismo. Alción Editora, Córdoba, Argentina, 1997, pág. 38-39.
113 "Es un hecho incontrovertible que todos los estudiosos del neoplatonismo renacentista, cuyos trabajos tienen como base las traducciones y la obra de Ficino, harían bien en tener en cuenta. No ha sido aún suficientemente investigado cuál pudo ser el efecto sobre Ficino de su enfrentamiento, impregnado de temor reverencial, con los Hermetica, considerados como expresiones de la prisca theologia, fuente originaria de las iluminaciones procedentes de la mens divina, ni cuáles fueron los motivos que le empujaron a estudiar el núcleo originario del platonismo interpretándolo como una gnosis derivada de la sabiduría egipcia". Frances A. Yates, Giordano Bruno y la Tradición Hermética. Editorial Ariel, Barcelona, 1983, pág. 34.