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Ahora que estoy disfrazado de mí mismo mejor que nunca ensayaré un brindis frente al espejo. Beberé con el hombre lobo, con un monstruo que se ha escapado de la proporción. Con un ser de piedra, con una cáscara vacía caracterizada por el crecimiento espontáneo de uñas y pelos. Algo digno de ser observado con atención venciendo los innumerables prejuicios y tratando de dominar al miedo. Una lenta y horrible transformación, un fundirse de todas las formas; algo mucho más estremecedor que cualquier espanto conocido. Y luego aire y un alivio imprescindible. Y luz, sólo luz, invisible, sin espejo.